En las últimas dos décadas, el cambio climático ha pasado de ser un tema casi exclusivo de círculos científicos a ocupar un lugar cada vez más importante entre las preocupaciones de la sociedad y de la agenda política. El cambio climático es una amenaza apremiante, real y directa para la salud. No tener cuidado del planeta significa no tener cuidado de nada más.
“El daño que estamos provocando al planeta se acerca a un punto de no retorno para la supervivencia del ser humano”, advierte el último informe de The Lancet, en el que han participado científicos y expertos de la ONU en todo el mundo. Señala los “altísimos riesgos a la salud” que representa la inacción de los gobiernos frente a la emergencia climática. Y añade que “sin la implementación de medidas de mitigación contundentes y rápidas para abordar las causas subyacentes del cambio climático, la salud de la humanidad corre grave peligro”.
En palabras tajantes del Secretario General de la ONU, António Guterres, “la humanidad ha abierto las puertas del infierno”. Y deja claro que “el retraso en la acción climática significa muertes”.
El cambio climático está presente en todas las áreas de nuestra vida, afectando y modificando las condiciones en las que esta se desarrolla. Cuando nos planteamos hacer ese estudio, no pensábamos que la realidad de este último año nos iba a confirmar, día tras día, esa afirmación, con tanta rotundidad. De hecho, se confirma que en 2023 el planeta ha experimentado las temperaturas globales más altas de los últimos 100.000 años. Han sido meses de olas de calor tempranas, lluvias torrenciales, sequía de larga duración, incendios descomunales y un otoño batiendo récord de temperaturas máximas, que han alcanzado los 35ºC en noviembre en las provincias del sur de la península. Desde condiciones meteorológicas extremas hasta la propagación de enfermedades infecciosas, el cambio climático tiene un impacto muy significativo en nuestra salud.
Ante estas circunstancias, la necesidad de prevenir los efectos del cambio climático en la salud de las personas trabajadoras es evidente. No podemos actuar únicamente cuando se producen daños mortales por ola de calor, ahí llegamos tarde; hay que prevenir las consecuencias de todos los riesgos climáticos y fenómenos adversos, que se van a multiplicar en intensidad y frecuencia en los próximos años, para evitar muerte y enfermedad a toda la población, también a la población trabajadora.
Este puede ser un punto de inflexión, un momento de grandes oportunidades. El mito de que el colapso ecológico es inevitable es un error, pues la transición justa es una oportunidad para un modelo de desarrollo distinto. Es urgente actuar para proteger la salud de las personas trabajadoras, de la población en general y del planeta, manteniendo al mismo tiempo una economía global resiliente, con empleo y trabajo decente para todos y todas.
Necesitamos nuevas leyes, nuevas tecnologías, pero también un cambio cultural en el que los movimientos sociales tienen un papel protagonista. La clave del éxito es que más allá de las soluciones individuales, que también importan y aportan, tenemos que redescubrir la pasión del trabajo colectivo.
Por ello, es fundamental el papel a desempeñar por las personas trabajadoras y sus representantes para incidir en la mejora del comportamiento ambiental de empresas y organizaciones, corresponsables de una parte importante del cambio climático que nos afecta. Gracias a su labor diaria es más fácil conseguir la prevención efectiva de los daños a la salud laboral derivados del cambio climático en los centros de trabajo y exigir un compromiso real de administraciones y empresas.