Greenpeace ha trabajado en la costa española desde hace más de dos décadas. En el año 2000 publicó la primera edición del informe Destrucción a Toda Costa, una recopilación de proyectos de urbanización, infraestructuras y problemas de contaminación que estaban desfigurando el litoral. Durante los primeros momentos, lo más importante fue el trabajo divulgativo de lo que significaba conservar la costa, las playas y los acantilados. Poco después llegó el boom urbanístico y la recopilación de proyectos y corrupciones daba casi para una enciclopedia sin que las Administraciones ni la Justicia detuvieran la destrucción acelerada.
Con la crisis de 2008, los proyectos se pararon y la Justicia comenzó a actuar contra los brutales casos de corrupción que recogíamos año tras año en el informe. Hoy, más de un centenar tienen condenas por corrupción o han sido paralizados. Por desgracia, algunos todavía no han desaparecido del mapa.
¿Y qué decir de la contaminación? Pues que no progresamos adecuadamente: España, tristemente, sigue a la cabeza de toda la Unión Europea en infracciones ambientales, pagando grandes multas, sobre todo por contaminación.
Aunque haya cosas que no han cambiado, como esas Administraciones locales o autonómicas que siguen ignorando los impactos del cambio climático y aprobando proyectos desfasados e insostenibles, también ha habido avances. En los últimos años, hemos tenido un Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico que ha hecho su trabajo defendiendo, la mayor parte de las veces, la costa (salvo incomprensibles decisiones, que también las hay).
Empezamos con el siglo y éramos unas pocas personas y organizaciones las que nos dejábamos la piel recibiendo amenazas, más o menos veladas, por nuestras denuncias y por defender la costa. En este tiempo la situación ha cambiado y son innumerables los colectivos y plataformas que defienden el poco litoral en buen estado que nos queda. También el número de artículos, investigaciones y publicaciones científicas ha aumentado exponencialmente. Porque es imprescindible conservar la costa que nos queda.
El maltrato al que la hemos sometido, combinado con los impactos del cambio climático, hacen que la costa, las playas, sigan sonando a disfrute, pero ahora también suenen a riesgo.