Si un domingo cualquiera atendemos a los sonidos de nuestro patio de luces, podemos escuchar multitud de cosas: el llanto de una niña, unos huevos batiéndose y anunciando tortilla, la tele demasiado alta de una pareja mayor o el trajín de un piso de estudiantes.
Cuando coincidimos con alguien de nuestro edificio en el ascensor nos saludamos educadamente, nos preguntamos a qué piso vamos y apenas nos miramos a los ojos. Es un ritual sencillo en el que no hay que esforzarse demasiado y que, por norma general, resulta absolutamente predecible.
En noviembre de 2016 falleció Rosa en un incendio provocado por la vela con la que se había visto obligada a alumbrarse. Una de sus vecinas declaró no saber que Rosa no podía pagar a la compañía eléctrica que debía suministrarle energía. Es casi imposible no imaginar la impotencia de esta vecina al conocer las circunstancias en las que vivía Rosa.
«Hemos estado fuera hasta las 07:30 –describió una joven madre de la vecindad–, mientras los bomberos comprobaban que todo estaba bien. Ya hemos podido entrar en casa, pero el olor es todavía muy molesto. Por desgracia nos han comunicado que nuestra vecina no va a despertar… No sabíamos que no le alcanzaba para pagar la luz». ‘Fallece una anciana a la que habían cortado la luz, por un incendio con una vela’ [El Mundo | 14/11/2016]