El litoral mediterráneo de la península ibérica constituyó en otros tiempos una orla casi ininterrumpida de humedales costeros. Aquel rosario de zonas húmedas servía de hábitat a innumerables especies de animales y plantas y cumplía un papel esencial en las rutas migratorias de las aves, al ofrecerles descanso y alimento.
Hoy, buena parte de los humedales del Mediterráneo ibérico han desaparecido desecados, urbanizados o transformados por el desarrollo agrario, ya sea en su propio territorio o en su área de influencia. Los que aún perduran, sometidos a distintos niveles de degradación, han adquirido una mayor importancia. Su escasez los convierte en imprescindibles. Si desaparecieran los pocos que quedan, muchas especies estarían condenadas a la extinción. Las aves migratorias tendrían serias dificultades para completar sus rutas. Y, además, se perderían los servicios ecosistémicos que estos espacios naturales aportan al ser humano sin que éste, a menudo, sea siquiera consciente de ello. Es el caso del Mar Menor y de L’Albufera de Valencia -también del Delta del Ebro-, el de las marismas de Doñana, la tercera laguna costera en peligro de desaparición representativa del hábitat 1150 de la Red Natura 2000 y otras menos conocidas pero igualmente importantes para la conservación de la biodiversidad, como las Albuferas de Adra, en Almería.
A lo largo de la costa sur de la península ibérica, desde Murcia hasta Huelva, la región está afectada por la influencia de la agricultura industrial, que ha crecido exponencialmente, sobre todo desde la integración de España en la Unión Europea, y cuyo impacto sobre la naturaleza y las personas se ha hecho tristemente notorio en los últimos años: ya sea la agricultura intensiva en la comarca del Campo de Cartagena, en la Región de Murcia, que provoca la eutrofización periódica del Mar Menor; el mar de plástico en Almería, donde el cultivo de hortalizas en invernaderos contribuye significativamente a la contaminación de las masas de agua con microplásticos y agroquímicos; el cultivo de frutos rojos en la cuenca hidrográfica del Parque Nacional de Doñana, que está siendo literalmente drenada de agua; o el incesante aumento de la superficie transformada para el monocultivo de frutos tropicales en las costas de Málaga y Granada. Asimismo, el sistema funciona y se sostiene en parte por la explotación de mano de obra barata, generalmente personas en situación de vulnerabilidad, condenadas a trabajar y vivir en condiciones inhumanas. Todos estos son ejemplos de un modelo agroindustrial que hace tiempo que ha alcanzado los límites del colapso.
La elevada demanda de la exportación de productos frescos, especialmente hortalizas, cítricos y frutos rojos, desde esas zonas de cultivo a países del norte de Europa, principalmente Alemania, Reino Unido, Francia y Países Bajos es uno de los aspectos que se debe revisar si queremos asegurar el futuro de estas comarcas del sur, la soberanía alimentaria y la transformación hacia un sistema alimentario más justo y perdurable.