El cambio climático no es una amenaza lejana, sino una realidad presente que afecta a todos los rincones del planeta sin excepción. Estamos viendo cómo sus impactos alteran de manera profunda nuestro entorno, transformando los patrones climáticos, intensificando los eventos meteorológicos extremos y poniendo en riesgo recursos esenciales como el agua. En España, un país con una realidad territorial diversa, una climatología altamente variable y con una presión creciente sobre los recursos hídricos, la adaptación al cambio climático no es una opción, sino una necesidad inaplazable.
La crisis climática nos ha colocado en una encrucijada en la que no podemos seguir gestionando el agua con los mismos criterios de hace 30 años. Los modelos tradicionales de planificación hidrológica han de evolucionar hacia enfoques que incorporen la incertidumbre climática como un elemento central en la toma de decisiones. Esto implica revisar cómo captamos, distribuimos, utilizamos y depuramos el agua, garantizando la protección de los ecosistemas acuáticos y las masas de agua, que son nuestras fuentes de suministro. En un contexto de que cada gota cuente en un contexto en el que la escasez se convierte en un factor estructural de nuestra realidad.
Uno de los grandes retos es la necesidad de transitar hacia un modelo de gestión hídrica más resiliente, capaz de anticiparse a los problemas en lugar de reaccionar a ellos cuando ya es tarde. Debemos adelantarnos a las crisis mediante una planificación proactiva que nos permita adaptarnos a los efectos de las sequías y las inundaciones antes de que se conviertan en una crisis irreversible