La evidente y difusa frontera que siempre divide el mundo entre países desarrollados y por desarrollar, entre ricos y pobres, en definitiva, ha establecido grandes diferencias en los modelos de gobernanza que rigen la convivencia humana. Esto repercute en la forma de explotación de los recursos naturales que condiciona la forma de vida de los pueblos. Y el agua es el símbolo por excelencia.
Tal como dice J. Araujo, somos “agua que piensa” por eso la gobernanza del agua está vinculada a la del pensamiento y sentimiento humano que, sometido al péndulo de la historia, lo mismo abraza la democracia que añora el autoritarismo.
Cuando se mira hacia el alma del planeta la equidad sigue estando lejos, muy lejos. A diario vemos como los Derechos Humanos, también los relacionados con el agua, son más un sueño que una realidad. Tal como se ha visto en Palestina, el agua es arma de guerra y herramienta de sometimiento en este mundo globalizado en el que las fronteras están también en la NUBE. Se diría que la frontera entre ricos y pobres se ha evaporado de la geografía física y de la modernidad liquida y ha alcanzado ya la pos-modernidad gaseosa.