Los centros de las ciudades son las zonas más afectadas por las elevadas temperaturas y el precio se mide en vidas humanas. La diferencia entre una zona urbana y una zona residencial con espacios verdes puede llegar a los 15 grados, según el informe de Naciones Unidas sobre Comunidades y Resiliencia Climática publicado en 2021. Esto se produce por la isla de calor, un fenómeno térmico que favorece la retención de calor en las urbes y que eleva las temperaturas, especialmente por las noches. Expertos de distintas disciplinas coinciden en que la reducción de este fenómeno pasa por aumentar la vegetación y reducir el espacio ocupado por el asfalto.
Durante el día, las fachadas y pavimentos sin sombra acumulan la energía del sol y, por las noches, la liberan con el pernicioso inconveniente de convertir las calles en pequeñas estufas. En algunos barrios con mucha densidad de edificios, el entramado de las calles impide que el aire circule libremente, lo que dificulta el enfriamiento de estas zonas. Además, la acumulación de gases contaminantes evita que parte de esta energía se disipe, reteniéndola dentro de la ciudad.
Vivir en una ciudad aumenta las probabilidades de morir a causa del calor. Julio Díaz, científico titular en el instituto Carlos III, explica que las personas que tienen bajo nivel de renta o viven en una casa antigua o en una no rehabilitada son más propensas a sufrir problemas de salud o fallecer cuando llegan las altas temperaturas. Díaz investiga desde hace más de 30 años cómo afecta a la salud la exposición a temperaturas extremas y a la contaminación.
‘Ecobulevares’ y refugios climáticos
La ciudad de Barcelona creó en 2019 una red de “refugios climáticos” para combatir las altas temperaturas. Se trata de espacios públicos climatizados con fuentes y áreas de descanso orientados especialmente a las personas más vulnerables al calor. Bibliotecas, escuelas e incluso museos forman parte de los 202 espacios que componen la red y que permanecerán abiertos todo el verano. Se espera aumentar este número en los próximos años.
Los ecoboulevares son otra de las propuestas para adaptar las ciudades a las temperaturas extremas. El distrito de Vallecas, en Madrid, cuenta con uno de ellos: un conjunto de tres pabellones o ‘árboles de aire’ que proporcionan frescor y ofrecen un espacio de esparcimiento para los vecinos.
Para reducir el número de defunciones en los próximos años, adaptar las ciudades al calor se ha convertido en una necesidad para la salud pública. Algunas medidas, como favorecer las corrientes de aire, no son viables sin demoler barrios enteros. Pero hay otras que sí tienen fácil implantación, como reconfigurar el uso del espacio público, utilizar materiales que retengan menos calor y reducir la contaminación.
“El 70% de la ciudad está destinado al coche, hay que reducirlo al 30 o 40% y ganar espacio para la vegetación y las personas”, asegura José María Ezquiaga, arquitecto especializado en proyectos urbanos. “El árbol es nuestra salvación. Donde hay bosque o vegetación, la isla de calor se reduce sustancialmente”. Los árboles dan sombra, reducen la contaminación y refrescan el ambiente, tres características fundamentales para la adaptación de las ciudades.
Cuando el sol de verano incide directamente sobre las fachadas, el asfalto o el pavimento, estos alcanzan temperaturas superiores a los 50 grados. Protegerlos con sombra se vuelve indispensable para evitar que se conviertan en calefactores. La opción preferida de Ezquiaga es el arbolado. Antonio Giraldo, urbanista y geógrafo, coincide en el diagnóstico, aunque reconoce que en las ciudades “con muchas estructuras subterráneas, como aparcamientos o metros, colocar pérgolas y toldos es una buena opción”.
La arquitecta Belinda Tato, del estudio Ecosistema Urbano, apuesta también por reducir el asfalto en las ciudades para ganar “pavimentos que sean permeables”, que permitan recuperar el agua del terreno y que “reflejen más cantidad de luz solar”, para que acumulen menos energía. Es la misma estrategia que usan en las casas del sur de España cuando se pintan de blanco para absorber menos calor.
Además de las calles, “también habría que comenzar a trabajar en las casas y los edificios”, apunta Tato. La mayoría de las fachadas y los techos de los edificios están hechos de materiales y colores que absorben una gran cantidad de energía, calentando las calles y los hogares. Para el investigador Julio Díaz, “la rehabilitación de las casas es fundamental si queremos que las ciudades se adapten a las temperaturas extremas”.
Otro factor que provoca la isla térmica es la contaminación. Los gases que desprenden los coches, las industrias y las calderas atrapan el calor que liberan los motores de los aires acondicionados y los vehículos. Estos gases evitan que la energía se disipe y la mantienen dentro de la ciudad, elevando las temperaturas. En la medida en la que se reduzca la emisión de estos gases se podrá mitigar la isla de calor.
Naciones Unidas, arquitectos, urbanistas y científicos. Todos apuntan en una dirección: reducir el uso del coche. Ahora, el reto es encontrar el equilibrio entre el árbol y el automóvil; entre las sombras para el verano y el sol para el invierno. Una vez más, entre salud y la economía.