El Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) estima que, desde el pasado 1 de junio, se han producido 19.822 muertes más de las esperadas para ese periodo por todas las causas, de las que 4.601 -la mitad de ellas en julio- son atribuibles al calor, una cifra que casi cuadruplica a la del mismo periodo del verano pasado.
En lo que va de año, el Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria (MoMo) del ISCIII ha observado 311.331 muertes frente a las 281.325 que había calculado, lo que eleva el exceso de sobremortalidad de 2022 a 30.006 muertes frente a las 18.556 del mismo periodo de 2021.
Ya en los meses estivales, las muertes observadas han sido 111.549, la mayor parte en julio (44.671, un 1,25 % más que el de 2021), mientras que en lo que va de agosto ascienden a 37.175 (1,13 % más) y 29.703 fueron en junio (en este caso, 293 menos que el año pasado).
La sobremortalidad entre el 1 de junio y el 24 de agosto asciende, así, a casi 20.000 fallecimientos más de los que se esperaban por todas las causas, casi el triple que en 2021, cuando fueron 7.075, de las que 1.353 se achacaron a las altas temperaturas.
Y es que el MoMo no permite conocer esas causas salvo las temperaturas, a las que atribuye 5.685 muertes en lo que va de año, 4.601 de ellas en los tres meses de verano.
Julio, el mes con más sobremortalidad
Julio es el mes que acapara la sobremortalidad de 2022 con 11.267 fallecimientos más de los previstos, lo que supone el 62,4% del total. De ellos, 2.223 (que representan, además, el 60% del total del año) son atribuibles al exceso de temperaturas, sea de forma directa -golpes de calor- o, en su inmensa mayoría, de forma indirecta, por agravamiento de patologías previas.
Mientras, en los primeros 24 días de agosto, se han detectado 1.548 defunciones más de las previstas, prácticamente el doble que en los mismos días del año pasado, cuando sumaban 748.
Las cifras más elevadas de toda la serie histórica
No son cifras de muertos reales, sino que se trata de una estimación que el MoMo hace a partir de un modelo matemático que utiliza tres fuentes de datos: la de los registros civiles, que no especifican la causa codificada de defunción; las temperaturas según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) a nivel provincial en el mismo periodo de tiempo, y la población por grupo de edad, sexo y provincia, extraídos del INE.
A partir de ahí, hace una estimación estadística de excesos de mortalidad para un día determinado comparando series históricas, que, además, no se puede considerar consolidada hasta que haya pasado al menos un mes desde su publicación, si bien van dando una idea de la evolución de los excesos de mortalidad en la población española.
Y esa evolución, a la espera de que se consoliden los datos, va confirmando que este año ha contabilizado las cifras más elevadas de toda la serie histórica, incluyendo las del histórico verano de 2003: aquel año estimó un exceso de 12.804 muertes en todo el verano -1.719 en junio, 2.011 en julio, 8.727 en agosto y 347 los primeros 15 días de septiembre-.
“Las cifras se tienen que estudiar muy bien”, comenta Elena Vanessa Martínez, presidenta de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). “Evidentemente, hemos tenido una ola de calor que ha tenido no solo temperaturas muy altas, sino que ha sido muy mantenida en el tiempo, que eso hasta ahora no había pasado”, ha añadido.
Sin embargo, precisa que, “muchas veces, los modelos pueden no estar tan ajustados como quisiéramos“, y lo que es exceso de temperatura en un territorio no lo es en otro. A ello se suma el enorme retraso que hay entre que se expiden los certificados de defunción y se registran las causas.
Los expertos destacan que la COVID ha monopolizado por completo el sistema sanitario los dos últimos años, lo que ha traído retrasos en los diagnósticos y los tratamientos, cuyas consecuencias aún están por ver.
“Después de analizar los datos solo podremos tener posibles hipótesis de lo que está pasando, luego hay que investigar más a fondo, no es tan fácil, sobre todo cuando hay tantos factores involucrados”, concluye.