Guara , mostrada desde ese lugar mental anterior al ser humano, deja de ser una sucesión de arquetipos turísticos para ser mostrada desde la sencillez de la luz solar que ilumina, como sucedió durante miles de años, la tierra desnuda y cruda, desposeída de prejuicios y categorías, pero enfrentada a un espectador que cree que ve la realidad cuando solo está viendo su representación.
Las imágenes de Jacques Llédos suponen una regresión a esa mirada virginal de la fotografía que buscaba, en los orígenes, aislar la belleza para poder contemplarla después desde la civilización.
Y es al mostrar así la montaña cuando dudamos de la existencia del medio fotográfico y creemos que la piedra, el agua y la luz son así cuando nadie los contempla.
En esencia, el verdadero misterio y la importancia de estas fotografías es que se ha devuelto el protagonismo a la naturaleza y la fotografía, de tan pura, ha pasado a ser invisible. Eliminando las capas de lectura, escondiendo el manual de instrucciones, estamos obligados a mirar la sierra desde ese lugar del pasado al que solo se puede acceder al entender que esa tierra que pisamos fue así la primera vez que descubrimos que el mundo cabía en la pared de una cueva y y al representarlo, comenzaba a existir también como relato.