Estamos cerrando un verano en el que ha habido más olas de calor, han llegado más pronto que nunca, y han sido más largas y mortíferas de lo normal. Las temperaturas extremas se han ido solapando durante los meses de junio, julio y agosto. El verano ha sido “excepcional”, pero no quiere decir que todos los que nos quedan por delante vayan a serlo. El experto en salud y calor Julio Díaz insiste mucho en esto, en no caer en el catastrofismo. Pero tampoco, advierte, podemos quedarnos de brazos cruzados ante lo que está pasando.
Díaz, codirector de la Unidad de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III, habla con conocimiento de causa, el de quien lleva más de veinte años investigando la relación entre la subida de las temperaturas y la mortalidad. Publicó su primer estudio sobre calor y riesgos para la salud en 1998. “Y en 2002, el primer artículo que hablaba de ‘ola de calor’, porque hasta entonces no se hablaba de eso para nada”, recuerda.
En España, empezamos a hablar de olas de calor en 2003, tras un verano durísimo. Más de 6.600 personas murieron en apenas dos semanas, durante la ola de calor registrada en agosto. “Nos llamó la entonces ministra de Sanidad, Ana Pastor, para intentar hacer un plan de prevención”, cuenta Díaz. Desde entonces, estos planes han conseguido que cada vez estemos mejor adaptados a estas subidas de las temperaturas. Pero Díaz sigue trabajando en ello, y advierte que hay que hacer más. Lo explica en esta entrevista, en la que analiza lo ocurrido este verano y lo que puede ocurrir en los próximos.
Pregunta: En España fallecen unas 1.300 personas al año en España por causas atribuibles a la temperatura. Pero este verano ha sido mucho peor: han muerto 4.655 personas. Son más del triple que en 2021. ¿Cómo valoras estos datos?
Respuesta: Han ocurrido varias cosas. Ha habido tres olas de calor. Han sido más intensas y más extensas que nunca (temporalmente y geográficamente). Y evidentemente, eso tiene un impacto en la mortalidad como nunca hasta ahora habíamos visto. Se hablaba de 1.300 muertes al año en condiciones normales (tomando como referencia la década de 2000 a 2009). Si tienes un verano tan caluroso, es lógico que tenga mayor impacto.
Pero hay más cosas. Porque en una ola de calor no solo sube la temperatura. También se producen más incendios forestales, que tienen un efecto a corto plazo en la mortalidad diaria. Y al subir la temperatura suben además otros contaminantes, como el NO2, el ozono o las partículas PM10… Por lo tanto, sube la contaminación. Y no hay que olvidar que a ella se atribuyen 10.000 muertes al año en España, unas 1.000 muertes al mes.
P: Es decir, que en una ola de calor no se puede hablar sólo de muertes por las altas temperaturas…
Una ola de calor genera que suba la temperatura, que aumenten los incendios forestales, que aumente la contaminación, las sequías se ven exacerbadas… y todo eso tiene un impacto en la salud. Si tengo una ola de calor que produce todos esos efectos, ¿por qué nos centramos sólo en la temperatura? Hay más factores. Lo que habría que hacer es actualizar los riesgos atribuibles a las temperaturas. Y actualizar también el periodo de referencia que se utiliza para establecer los umbrales de ola de calor, que sigue siendo el de 2000-2009.
R: ¿Hasta dónde hay que actualizarlo?
Hasta donde se pueda, pero por lo menos habría que actualizarlo hasta 2020. Y, además, hacer planes de prevención integrados, no solo basados en la temperatura. Planes que tengan en cuenta también el aumento de la contaminación, de los incendios, de las sequías, de las zoonosis… Si ya sabemos que el cambio climático produce todos esos efectos, en un determinado lugar y a la vez, hay que analizarlos a la vez y establecer planes de vigilancia ambiental para dar respuesta a todo esto.
Y, además, hay otra cosa: ¿Cómo gestionamos todo esto? Porque si viene una ola de calor, tengo que tener un plan de actuación para cada sector, para poder gestionar mejor estos riesgos cuando llegue.
P: Además, las temperaturas siguen subiendo. Las máximas diarias en verano han subido 0,4 grados por década, y las previsiones indican que hasta 2100 subirán más. La AEMET estima una subida de casi 0,7 grados por década (0,66), en el peor escenario, de aquí al año 2100.
R:Sabemos que nos la vamos a pegar contra un muro, porque el cambio climático es imparable. Si sé que me la voy a pegar, lo primero que tengo que hacer es frenar: ir a 30 kms/hora, en vez de a 80. Esto es mitigar: no es lo mismo que la temperatura (global) suba 2 grados para 2100 o que suba 5.
Lo segundo que tengo que hacer es adaptarme: poner medios para que ese impacto sea lo menor posible. Pero una vez que ya me la he pegado, tengo que tener entrenados a los servicios sanitarios para que actúen lo mejor posible cuando vayan a rescatar a las víctimas de ese impacto. Y eso es la gestión del riesgo: hacer planes de prevención más amplios y específicos que los que hay.
P: ¿Podemos estimar cuánto aumentará la mortalidad según vaya aumentando el calor? La Sociedad Española de Epidemiología (SEE) ha advertido que, si no nos adaptamos, en España “podrían producirse hasta 13.000 muertes anuales a corto plazo atribuibles a las altas temperaturas”.
R: Los modelos que predicen cuánto van a subir las temperaturas no son homogéneos, son distintos para cada provincia. Hay una temperatura a partir de la cual aumenta la mortalidad, y es distinta en cada sitio. En Córdoba son 40 grados. En A Coruña son 26… Lo que podemos intentar es que se produzca una adaptación en cada sitio acorde a la subida de temperatura en ese lugar.
Pero si hablamos en general de toda España, nos estamos adaptando a una subida de 0,6 grados por década, es decir, a que cada diez años las temperaturas suban 0,6 grados de media. Esto quiere decir que cada vez hace falta más calor para que haya mortalidad atribuible al calor.
P: Porque cada vez nos vamos adaptando mejor…
Claro. Las temperaturas en España han subido a un ritmo de 0,5 grados por década, y nos estamos adaptando a un ritmo de 0,6. En condiciones normales nos estamos adaptando bien. Pero claro, si hay un verano extraordinario como este, ahí no podemos hacer nada.
R: Se ha dicho que este ha sido el verano más fresco de los que nos quedan por delante. ¿Es así?
Evidentemente, no. Este verano ha sido excepcional, no quiere decir que todos vayan a ser así. Porque una cosa es la meteorología y otra es el clima.
Puede que el próximo verano sea más fresco que este, porque la temperatura sube, pero no de forma lineal. A lo mejor el próximo año, las temperaturas pueden estar por debajo y luego, el siguiente año puede ser más caluroso que este todavía. Son dientes de sierra. El aumento de la temperatura no es lineal: Ojalá lo fuera, porque así sabríamos a qué atenernos.
La tendencia nos dice que la temperatura va a subir a un ritmo de 0,6 grados por década, de media, de aquí a 2100. Pero eso no quiere decir que el año que viene no pueda ser más fresco. El clima no es meteorología. El clima son tendencias, y un verano es meteorología. No se puede decir que ya todos vayan a ser como este.
P: Pero si miramos tendencias, es cierto que de 2000 a 2020 se hemos tenido los veranos más cálidos desde que hay registros. Seis de los diez más cálidos se registrado en esta última década.
R: Hemos tenido los seis veranos más cálidos, sí, pero no seguidos. Que haya una tendencia no quiere decir que el verano que viene lo sea más, eso es lo que hay que entender. Aunque la tendencia del clima es calentarse, eso está claro, y se habla de una subida de las temperaturas de 2,1 grados para 2100. Comparando las temperaturas con las del período preindustrial, finales del siglo XIX, siempre es importante ver cuál es el período de referencia.
P: ¿Y hasta cuándo seremos capaces de adaptarnos? Si la tendencia global sigue así, y el aumento de temperaturas se sigue acelerando, ¿puede ocurrir que nuestra capacidad de adaptación no sea suficiente?
R: En el calor hay una parte fisiológica, que es la aclimatación. Como especie, todos los seres vivos son capaces de adaptarse a los cambios. El problema no es que suban las temperaturas, sino la velocidad a la que están subiendo. Como la temperatura está subiendo tan rápidamente (0,4-0,5 grados por década), tenemos que completar esa aclimatación con factores externos: eso es la adaptación. Son mejoras sanitarias, en infraestructuras, más zonas verdes… todo eso es adaptarse, y lo estamos haciendo a una subida de 0,6 grados por década.
El problema está en conseguir que sigamos adaptándonos así. El reto es cómo mantener ese ritmo de adaptación hasta el año 2100. Pero tampoco hay que perder la perspectiva y pensar que nos vamos a morir todos.
P: No hay que ser tan catastrofista, entonces…
R: No. Este verano, lo que nos ha dicho es que esto es serio. La mortalidad se ha disparado, solo la atribuible a la temperatura son 4.500 muertes, el triple que un año normal. Los incendios también se han disparado: hemos quemado casi 300.000 hectáreas, tenemos una sequía brutal… Lo que nos está diciendo todo esto es que la cosa va en serio, así que vamos a ponernos a trabajar en serio en mitigación, adaptación y en gestionar los riesgos. No puede haber autocomplacencia.
P: Ni autocomplacencia, ni derrotismo.
R: No, claro que no. La ciencia sigue trabajando, seguimos investigando. Ahora sabemos, por ejemplo, que no todas las olas de calor tienen los mismos efectos en la salud. Es lo que estamos investigando en este momento. Estamos viendo que las olas de calor que se producen por una situación de bloqueo anticiclónico son peores que las que son por entrada de polvo sahariano. Ahora podemos saber cuáles son las más perjudiciales para la salud, y esto es importante de cara a la adaptación.
La ciencia sigue trabajando y vamos a ir incorporando cosas para adaptarnos mejor, para tener una vida mejor. En la sanidad, en la arquitectura… en todos los ámbitos vamos a ir incorporando medidas. Pero basadas en la evidencia científica, no en los Simpson. Yo estoy convencido de que el impacto (del calor) se va a minimizar. Claro que lo ha haber ,y va a ser brutal. Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados. Hay que desarrollar medidas de adaptación más ad hoc para combatir el calor.