En el análisis, los investigadores señalan que en la mayoría de los reportes sobre daños económicos de catástrofes naturales se atiende únicamente a las pérdidas directas, obviando que las indirectas tienen un alcance muy elevado e importante.
Esto tiene que ver con las pérdidas para empresas que, por ejemplo, en una inundación no pueden circular por carretera para llevar a cabo su labor, o el desempleo temporal que puede generar la paralización de un determinado sector. De hecho, este tipo de costes indirectos pueden pasar factura más allá de la zona afectada por el desastre, incluso fuera del país donde se produce.
De los 185 desastres naturales registrados, el 64% de los costes provocados están relacionados con tormentas, el 16% se atribuyen a olas de calor, y las inundaciones y sequías generan el 10% de las pérdidas. Los incendios forestales, según la publicación científica, representan el 2% de la factura climática de las dos últimas décadas.
En estos 20 años, los fenómenos meteorológicos adversos han causado 60.951 muertes atribuibles a la crisis climática, una cifra que también tiene repercusiones económicas y que se incluye en la factura global de pérdidas. En total, los decesos llevan asociados un coste económico valorado en 431.800 millones de dólares.
“Mucha gente se siente incómoda con la idea de que pongamos precio a la vida, pero esta es una práctica económica estándar y se produce porque necesitamos tomar decisiones sobre el valor de las inversiones en todas las cosas”, explicó a The Guardian Ian Noi, profesor de la Universidad de Victoria de Wellington en Nueva Zelanda y uno de los autores del informe.
La publicación revela que el valor de las pérdidas económicas generadas por las muertes y por los daños materiales es mayor en los países desarrollados que en aquellos en desarrollo. Sin embargo, los científicos señalan que estas diferencias no son definitivas, sino que revelan la falta de datos disponibles en los países más empobrecidos.
Los años donde se registraron mayores pérdidas económicas fueron 2003, con la ola de calor que en verano dejó temperaturas de récord en toda Europa; 2008, coincidiendo con la devastación del temporal Nargis en Myanmar; y 2010, con la sequía de Somalia y la ola de calor de Rusia. Si sólo se pone atención a los daños materiales en viviendas y propiedades, los años 2005 y 2017 fueron los que más pérdidas generaron. Estos dos años coinciden con los huracanes Katrina e Irma, que desataron el caos en EEUU.