Abordar el cambio climático solo como algo que le ocurrirá a las generaciones futuras tiene cada vez menos sentido. La crisis desencadenada por el ser humano con el uso de los combustibles fósiles está aquí y sus impactos se notan cada vez más. La emergencia climática ha vuelto a dejar este verano en el hemisferio norte un rastro de tragedia, muerte y ceniza con las olas de calor extremo y los gigantescos incendios que han golpeado con fiereza Canadá, Grecia, Hawái, Tenerife… Y no, esto no es el calor de siempre. Los datos que manejan las principales agencias internacionales que monitorean el clima y los eventos meteorológicos así lo indican y apuntan al estío más caliente de los documentados en el mundo hasta este momento.
Estos junio y julio fueron los junio y julio más cálidos que se han registrado hasta ahora en el conjunto del planeta desde que arrancaron las mediciones directas en 1850, según los informes mensuales elaborados por el Servicio de Cambio Climático de Copernicus, de la Unión Europea. A falta de la publicación la próxima semana del informe oficial de Copernicus, los datos también apuntan a que en agosto ocurrió exactamente lo mismo. Por lo tanto, este ha sido el verano más caluroso en el planeta de, al menos, los últimos 174 años.
“Aunque los datos son muy preliminares, es probable que este mes también sea el agosto más caluroso en nuestros registros de temperaturas globales”, señalaba a EL PAÍS a principios de semana Zachary M. Labe, investigador de la Universidad de Princeton y de la NOAA (las siglas en inglés de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica). Según las mediciones recogidas por Climate Reanalyzer, una herramienta de visualización creada por un equipo de la Universidad de Maine a partir de las mediciones de la NOAA, en todos los días de agosto salvo dos —el 13 y el 14— las temperaturas globales fueron las más altas diarias registradas hasta ahora para ese mismo mes. A lo mismo apuntan los datos recabados por Copernicus, señalan fuentes de este organismo.
Además, el 6 de julio fue el día más caluroso registrado hasta ahora, con una temperatura media del aire en superficie de 17,08 grados Celsius. Para encontrar el anterior récord —que era de 16,8 grados— solo hay que retroceder hasta 2016. Este último dato no se debe perder de vista: los veranos más calurosos de los últimos 174 años están concentrados en la última década, una muestra más del proceso de calentamiento que está viviendo el planeta debido a los gases de efecto invernadero y que va en aumento. También julio en su conjunto fue el mes más caluroso jamás documentado.
Mientras en el hemisferio norte es verano en el sur es invierno y, sin embargo, las temperaturas globales más altas se alcanzan siempre durante el estío boreal. Esto se debe a que en el hemisferio norte hay más tierra que en el sur y el aire sobre la superficie continental se calienta más que sobre el océano.
Pero, para comprender el proceso que está desembocado en todos estos récord en 2023, hay que tener en cuenta dos factores principales, apunta Labe. Por un lado, El Niño, un patrón de variabilidad climática que se asocia con temperaturas más cálidas en el océano Pacífico que acaba afectando al conjunto del planeta. Hasta este verano, el clima estaba bajo la influencia de La Niña, el fenómeno opuesto, pero en junio se empezaron a dar las condiciones para la formación de El Niño. Este patrón climático es cíclico, por lo que hay que considerar otra causa que ya es estructural: “el calentamiento a largo plazo provocado por el cambio climático causado por el hombre”, añade Labe. “Dicho de otra forma: las temperaturas ya están aumentando debido al cambio climático, y El Niño aumenta temporalmente estas temperaturas aún más”, resume este científico.
“El cambio climático está aquí. Es aterrador. Y esto es sólo el principio. La era del calentamiento global ha terminado, ahora es el momento de la era de la ebullición global”, advertía a finales de julio António Guterres, secretario general de la ONU. “Hemos entrado en territorio desconocido debido a las condiciones excepcionalmente cálidas en el océano Atlántico norte”, apuntaba también en julio Copernicus al referirse a otro de los eventos récord vividos este verano: el calentamiento de las aguas del Atlántico.
España: más de la mitad de agosto en ola de calor
El cambio climático se manifiesta con un aumento medio de las temperaturas, pero también con un endurecimiento de los fenómenos extremos locales, como las olas de calor, que cada vez son más numerosas. Un buen ejemplo es España. Los datos provisionales de la Aemet (Agencia Estatal de Meteorología) indican que la Península y las Islas Baleares han vivido este verano meteorológico (junio, julio y agosto) cuatro olas de calor “confirmadas”. “Se está evaluando si una posible quinta cumple con los requisitos”, explican fuentes del Ministerio para la Transición Ecológica.
En total, las cuatro olas confirmadas suman 24 días (la quinta que está en estudio añadiría tres días más a este computo si se confirma). La peor ha sido la última: duró nueve días y afectó a 32 provincias. Además, el 56% de los días de agosto se estuvo bajo los efectos de las olas de calor. En el caso de las islas Canarias, el verano se cierra con dos olas, que suman 10 días en total.
Una ola de calor es un episodio de temperaturas anormalmente altas que se mantienen varios días y afectan a una parte importante de un área geográfica, como un país. Pero no existen criterios concretos, precisos y unificados en todo el mundo. La Aemet considera que existe una ola de calor cuando se produce un episodio de al menos tres días consecutivos en que como mínimo el 10% de las estaciones que se toman como referencia registran máximas diarias por encima de la media de los meses de julio y agosto del periodo comprendido entre 1971 y 2000. Desde 1975, la Aemet tiene contabilizadas más de 70 eventos de este tipo en la España peninsular.
Este verano es el cuarto con más días declarados en ola de calor de la serie. Cuando se analizan los datos, de nuevo, aparece otra prueba más del proceso de calentamiento global que se está viviendo ahora: los veranos con más jornadas en ola de calor vuelven a concentrarse esta década. En 2022, se marcó el récord, con 41 días. Le siguen 2015 con 29, 2017 con 25 y este 2023 con 24.
“Esto es una tendencia, este verano confirma lo que nos dicen organismos como la Organización Meteorológica Mundial o la Aemet”, señala Teresa Ribera, vicepresidenta tercera y ministra en funciones de Transición Ecológica. “Pero, por primera vez, este verano nos hemos enfrentado de lleno a los debates sobre cómo se deben adaptar las ciudades o los impactos del cambio climático en sectores como el turismo”, añade Ribera. “El cambio climático va a impactar en todos los ámbitos de la economía”, advierte.
“El calor de ahora no es el de antes”, recalca el ambientólogo y divulgador Andreu Escrivá. Este experto insiste en que es un error pensar en el cambio climático como algo que impactará solo en las generaciones futuras: “A principios de los 2000, cuando estudiaba Ciencias Ambientales, ya se decía que el cambio climático es algo que afectará a las generaciones futuras y seguimos hablando de eso mismo, de nuestros hijos. Pero las generaciones futuras de hace 30 años somos nosotros ya”. “El cambio climático está impactando más en los mayores [por ejemplo con la mortalidad asociada a las olas de calor] y yo estoy más preocupado por mis padres y los padres de mis amigos que por los hijos de mis amigos”, añade Escrivá, quien también advierte de que esto no quita para que el futuro que se avecina sea todavía peor.
Cómo de malo será ese futuro en las próximas décadas —es decir, hasta donde puede llegar el calentamiento— es algo que todavía está en manos de la humanidad, aunque para dejar al planeta dentro de los límites de seguridad se requiere un giro de timón urgente y drástico, como dejaba claro el último gran informe científico del IPCC, el panel de expertos internacionales vinculado a la ONU. “Sabemos desde hace mucho tiempo que la quema de combustibles fósiles conduce a una mayor probabilidad de olas de calor peligrosas, y ahora estamos experimentando la realidad de esas predicciones. Sin una reducción en las emisiones de gases de efecto invernadero, solo podemos esperar que estas olas de calor continúen empeorando durante la próxima década o más”, apunta por su lado Labe.
El calentamiento no solo impacta en las temperaturas, también en el agua disponible. Si bien no está del todo claro la influencia que la crisis climática puede tener en las lluvias, los expertos sí apuntan a una afección en las denominadas sequía agrícola y sequía hidrológica, es decir, la humedad de los suelos y las reservas disponibles. Porque el aumento de las temperaturas implica una mayor evaporación, lo que disminuye a su vez las reservas y aumenta el estrés térmico de la vegetación.
El informe del IPCC también señalaba que en la zona del Mediterráneo se ha observado ya un incremento de “las sequías hidrológicas y agrícolas”. Además, se pronosticaba un aumento de la superficie árida y de los incendios si el calentamiento global alcanza los dos grados (ya está en los 1,2) respecto a los niveles preindustriales. Además, el IPCC advertía de que “en el sur de Europa, más de un tercio de la población estará expuesta a la escasez de agua si se llega a los dos grados”.
Esta semana las reservas de agua embalsada del país estaban al 37,6%, lo que supone más de 15 puntos por debajo de la media de la última década para esta misma semana del año, que es del 52,9%. El principal problema es el déficit de lluvias que arrastra una gran parte del país desde hace más de un año y que está llevando a algunas cuencas al límite, con recortes en el regadío e impactos en el precio de algunos productos, como el aceite de oliva, que está disparado.
La situación más complicada se sigue viviendo en las reservas del Guadalquivir, que están al 19,5% de su capacidad. Algo parecido ocurre en la cuenca del Guadiana (que está al 24,6%), las cuencas internas de Cataluña (24,1%) y, en menor medida, en el Ebro (37,6%).
El Ministerio para la Transición Ecológica elabora mensualmente un informe de situación sobre la sequía. El último, del 31 de julio, señala que un 38,4% del territorio nacional se encuentra en alerta o emergencia por escasez coyuntural de agua. Este indicador tiene en cuenta varias mediciones (como los volúmenes de almacenamiento en los embalses y los caudales de los ríos) y se emplea para determinar los problemas que se pueden presentar para el suministro, como las restricciones en los regadíos y el abastecimiento a las poblaciones que se están dando. Existen cuatro escenarios: normalidad, prealerta, alerta y emergencia. A principios de agosto, el 10,2% del territorio nacional se encontraba en situación de emergencia y el 28,2% estaba en alerta.
La situación es algo mejor que a principios de verano gracias a “las precipitaciones de mayo y las más localizadas de junio”, que “permitieron mejorar de forma importante la situación en el sureste peninsular”, describe el informe ministerial. Sin embargo, en la mayoría de los casos se requiere de un otoño realmente lluvioso para revertir esta sequía, que también se ve agravada por el calentamiento global que ya impacta en todo el planeta. “El cambio climático está ocurriendo aquí y ahora”, insiste Escrivá. “El mundo en el que crecieron mis padres ya no existe”, concluye.