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Por qué “amenaza climática” incita más a actuar que “crisis climática”

Los problemas del clima fueron denunciados hace unos años como un “calentamiento global”. Pero esa palabra no asustaba demasiado. Desde luego, los expertos saben que el hecho de que suba la temperatura media en la Tierra, aunque sea apenas un grado, causa desastres tremendos. Por ejemplo, la inusitada supervivencia del escarabajo descortezador, que antes moría en invierno y ahora prolonga su vida, de modo que le da tiempo a convertir en postes cientos de miles de árboles de Estados Unidos y Canadá. Pero imagino que muchos habitantes del frío pueden recibir incluso con alegría eso del calentamiento: bueno, dirán, no está mal que nos venga un poquito de calor, que aquí el invierno es muy duro. Así que esa palabra, como herramienta de comunicación masiva, podía encontrar dificultades.

Se pasó entonces a usar la locución “cambio climático”. Cualquier especialista es consciente de que los climas no cambian, pues por eso son climas: un conjunto de condiciones y variaciones atmosféricas que se suceden de forma estable, año tras año, con sus temporadas de lluvias o de nieves o de sol, o sus permanentes fríos, o sus calores tórridos. Hablamos así de un clima mediterráneo, tropical, atlántico, polar… Porque, ojo, no se debe confundir, en contra de lo que hacen algunos periodistas, el clima con el tiempo. Una cosa son las condiciones meteorológicas de un momento concreto (el tiempo de cada día) y otra las climatológicas (las variaciones que se dan con regularidad en un periodo amplio). El hecho de que vivamos un cambio del clima constituye, por tanto, una enorme novedad. Ahora bien, la palabra “cambio” no transmite por sí misma nada negativo. También hay cambios favorables.

En ese contexto progresó la locución “crisis climática”, que ya transmitía por fin un sustantivo que denota un problema. Sin embargo, todas las crisis terminan pasando. En aquella época no dejábamos de hablar de la crisis económica, lo cual ayudaba a percibir el sentido peyorativo de la palabra, sí, pero también la connotaba con la idea de una futura recuperación, proceso en el que además el común de las gentes no teníamos capacidad alguna para intervenir. Uno se adapta a una crisis financiera, la sufre, pero poco puede hacer individualmente contra ella, a diferencia de lo que ocurre con el calentamiento global.

Surgió entonces la propuesta “emergencia climática”, lo cual agravaba el mensaje sobre lo que se nos venía encima, porque la emergencia consiste en una “situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata”. Sin embargo, el camino por el que ha transitado esa palabra la impregnó de un envoltorio adicional que nos sugiere la idea de que, una vez aplicada esa atención, el riesgo acaba pasando. Y si no pasa, nos afectará gravemente; pero en cualquier caso esto sucederá pronto y luego se irá también. Hasta ahora no habíamos tenido noticia de emergencias a largo plazo, sino que se relacionaban con riesgos inminentes, perceptibles incluso por los sentidos.

Con todo eso, sugiero ya otra denominación por si les parece a ustedes más adecuada: “Amenaza climática”. La idea de la amenaza activa el instinto y adquiere eficacia en el momento en que se formula, porque incita a actuar cuanto antes frente a un peligro que en este caso ya se aprecia y cuyos efectos se agravarán sin no le oponemos hoy una reacción pertinente y proporcionada.

Todas las batallas se libran también con palabras, y necesitamos las más certeras para transmitir esa realidad y afrontarla con mayor conciencia en 2024.

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