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Por qué las cumbres del clima sí son útiles y por qué negarlo alimenta la ‘antipolítica’

El domingo 20 de noviembre, después de dos semanas de intensas y difíciles negociaciones, cerca de doscientos países cerraban en Egipto un acuerdo climático basado en el consenso. El resultado, como siempre ocurre con estas cumbres, estaba a caballo entre la derrota y la victoria.

Del plenario de clausura de la COP27 salieron algunos representantes mundiales, la mayoría de países africanos, con una alegría imposible de contener. Después de 30 años, los países vulnerables han conseguido ser escuchados y hay un compromiso global para crear un mecanismo que les compense por los daños y pérdidas generadas por la crisis climática. El contraste se veía en los rostros, abatidos por el cansancio de una noche sin dormir, de los representantes europeos. Los dirigentes de la UE se conformaron con salvar de la involución el acuerdo final par mantener el compromiso de mantener el calentamiento del planeta por debajo de 1,5ºC.

Esta última cuestión, sumada a que el acuerdo ha eludido llamar directamente a reducir la quema de combustibles fósiles –sólo se ha mencionado el carbón–, ha oscurecido los puntos positivos rubricados en Egipto y ha relanzado los análisis más pesimistas sobre la COP27. Pero, ¿realmente sirven de algo las cumbres climáticas?

Javier Andaluz, portavoz de Ecologistas en Acción que ha acudido a la COP27 como observador, reconoce que el acuerdo obtenido no es perfecto, pero pone énfasis en la importancia que tiene el multilateralismo a la hora de abordar un problema internacional como es la crisis climática. “Sólo una respuesta global puede solucionar esto”, apunta. “Tendemos a analizar las cosas desde las ventajas del norte, pero hay muchos países donde los gobiernos son muy reacios a tomar medidas para afrontar el cambio climático. Las COP precisamente ayudan a cambiar esto. Sin ellas sería muy difícil poner voz a los problemas del sur global; sería muy difícil, por ejemplo, poner en el foco los problemas de derechos humanos que se han evidenciado en Egipto; o dar relevancia a las voces que piden compensación por pérdidas y daños”, analiza el conservacionista.

Una visión compartida por Cristina Alonso, responsable de Justicia Climática de Amigos de la Tierra, quien considera que “aunque haya que matizar algunas cosas” este acuerdo es “un éxito de las comunidades del sur global y de la sociedad civil”. “Hay un peligro a la hora de argumentar que las cumbres no sirven de nada”, opina, en referencia a los riesgos que puede suponer esto a la hora de alimentar posturas antipolíticas e inmovilistas que, en cierto modo, lindan con el fascismo. “Ahora hemos visto que se ha conseguido un mecanismo de financiación precisamente porque hay un espacio para desarrollar las negociaciones en el que las comunidades locales y la sociedad civil puede hablar”, desarrolla la experta.

“Nosotros, en los países europeos, no tenemos problemas a la hora de reclamar cualquier cosa a un ministerio, independientemente de que nos puedan hacer caso o no. El problema es que hay países del sur global, con gobiernos corruptos y sin respeto por los derechos humanos, en los que no hay facilidades para hacer reclamaciones en términos de justicia climática. Las únicas herramientas que favorecen que se escuche a la sociedad civil de estos países son las negociaciones internacionales”, añade Alonso.

Ritmo lento ante un problema que avanza rápido

Lo que los ecologistas cuestionan no es la utilidad sino las reglas y el ritmo pausado y lento de las cumbres. “Es una democracia lenta, pero garantista”, defiende Joan Capdevila, diputado de ERC que ha asistido a las últimas cuatro conferencias climáticas. “Hay que tener en cuenta que se reúne un cantidad importante de países y buena parte de ellos no son nada democráticos. Entonces hay que hacer una gobernanza de encaje de bolillos, porque todo lo que se acuerde tiene que ser por la vía del consenso”, expone.

“Es una democracia lenta, pero garantista”

Este principio de unanimidad ralentiza el despliegue de políticas efectivas para atajar un problema como la crisis climática, que cada vez avanza más rápido. Sin embargo, permite que haya un equilibrio y que la presión de los focos movilice a países que nunca moverían un dedo por la lucha contra el calentamiento del planeta. “Al final, el país organizador se ve con responsabilidad de que la cumbre no fracase y empuja para que haya un acuerdo. Lo hemos visto incluso con Egipto, que ha tratado de salvar el acuerdo en el último día. El problema es que el planeta no espera”, opina Capdevila.

Esa pausa es la que, en muchas ocasiones, favorece el discurso más destructivo que, incluso desde filas ecologistas, niega la utilidad de estos encuentros internacionales. Andaluz abre el “melón” de reformar las normas de procedimiento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC) para permitir que haya acuerdos por mayoría en lugar de por unanimidad. “Se puede apostar por un sistema a dos velocidades, con países más ambiciosos que cumplan con el mínimo indicado y luego medidas de frontera que podrían ser coercitivas. Es algo que ya se hace en otras cuestiones, con el aislamiento de países que incumplen los derechos humanos o que cometen crímenes de lesa humanidad”, explica el experto, que reconoce que un cambio en el modelo reglamentario es “difícil” y podría tener el efecto contrario al llevar a regiones a salirse directamente de las negociaciones.

Andaluz, no en vano, sí considera que hay un elemento que reduce la confianza ciudadana y que podría remodelarse de alguna manera: los eventos externos vinculados a las cumbres donde se concentra la presencia de empresas privadas. “Son una feria de banalidades que sirven para que los países y las empresas se exhiban. Se pierde mucho tiempo”, explica. “Siempre ha sido útil generar pequeños espacios de encuentro en paralelo a las cumbres, pero esto ha llegado a unos límites muy bestias. El problema es que estas ferias que rodean a cada COP depende de los países anfitriones”.

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