E l paradigma actual de crecimiento continuado necesita un modelo de producción y consumo del derroche basado en el producir-comprar-usar-tirar. Este metabolismo económico del Norte global requiere cada vez más recursos naturales como agua, recursos forestales, suelo o minerales. La emergencia climática, la pérdida de biodiversidad o la creciente escasez hídrica son algunas de las vertientes de la crisis ecosocial a la que este sistema nos aboca. Los gobiernos e instituciones siguen negando la evidencia y se aferran al mito de que es posible desacoplar el crecimiento económico de los impactos ambientales y sociales que ocasiona.
Los planes europeos para la transición energética y digital son parte de este enfoque político que confía en que cambiar las fuentes de energía y lograr una economía circular podrán por sí mismos solucionar el problema. En este contexto, el Banco Mundial y otros organismos han calculado que la demanda de minerales y metales para la transición energética y digital se multiplicará en los próximos años. Aunque esta demanda viene también muy determinada por sectores como la construcción de armamento, que está creciendo con el impulso decidido de los gobiernos europeos, es innegable que políticas como el fomento del coche eléctrico o la digitalización van a suponer un importante aumento del consumo mineral.
La producción de aparatos eléctricos y electrónicos se ha disparado desde los años 90. La generación de residuos de estos aparatos ha crecido al mismo ritmo que su producción, debido a la vida útil tan limitada de estas tecnologías. Esta espiral de crecimiento en la producción y en la generación de residuos perpetúa y agrava una desigualdad global existente: las regiones más afectadas por el expolio de sus recursos son, con frecuencia, las que más sufren los impactos de los residuos generados por un consumo que se realiza, sobre todo, en los países occidentales.
Esta desigualdad también se vive dentro de las regiones más ricas, donde la población en situación de pobreza o en riesgo de pobreza tampoco tiene igualdad de acceso a estas tecnologías. Este modelo de sobreconsumo, por tanto, no solo es insostenible desde un punto de vista ambiental, también es injusto desde un punto de vista social.
Este informe, realizado en colaboración con el grupo de investigación de Ecología Industrial del del Instituto Universitario de Investigación ENERGAIA (Universidad de Zaragoza), profundiza en uno de los muchos aspectos de esta problemática. En concreto, analiza el impacto de la obsolescencia de teléfonos móviles y ordenadores portátiles, por ser algunas de las tecnologías más consumidas. El estudio calcula asimismo los beneficios ambientales de aplicar medidas que actuarían en contra de esa obsolescencia.
El término “obsolescencia programada” se popularizó hace años para denunciar que los productos son desechados antes de que se produzca su desgaste material. En general, se habla de cuatro tipos de obsolescencia (Ver Recuadro).
Frente a esta obsolescencia, Amigas de la Tierra acuñó hace algunos años el término “Alargascencia”. Ésta se definiría como un proceso que busca alargar la vida útil de los productos, reduciendo el consumo de recursos naturales y la generación de residuos. Algunas medidas de alargascencia serían aquellas que afectan al diseño de los productos para hacerlos más duraderos y fáciles de reparar, o medidas que garantizan el derecho a reparar.
Con este trabajo, esperamos aportar más datos sobre el impacto de nuestro modelo productivo en la emergencia ecológica y, lo que es más importante, los beneficios de adoptar medidas para revertir este modelo, tales como menos emisiones de gases de efecto invernadero, menos minería que daña los derechos humanos y la biodiversidad, o menor gasto energético.
Cada vez queda más claro que las recetas que los gobiernos están aplicando para abordar la emergencia climática no están solucionando esta emergencia sino que la están agravando. Urge un cambio de enfoque.
Este informe pretende contribuir a esta discusión y mover a la acción