El cambio climático es sin lugar a duda uno de los mayores retos a los que la humanidad se ha enfrentado en toda su historia debido a su magnitud y carácter global. La actividad humana es responsable inequívoca del aumento de la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero desde la revolución industrial en el siglo XVIII. El dióxido de carbono es el gas de efecto invernadero más relevante y su concentración en la atmósfera ha aumentado progresivamente desde el valor preindustrial de 280 ppm hasta 416 ppm de media anual en 2021, el valor más alto en al menos dos millones de años.
Como consecuencia, la temperatura media del planeta ha aumentado 1,07 °C y las últimas cuatro décadas han sido sucesivamente más cálidas que cualquier otra década desde el año 1850. El incremento global de temperaturas ha causado efectos que ya son observables, como un aumento del nivel del mar de 0,2 m y una mayor frecuencia e intensidad de fenómenos extremos: inundaciones, sequías, olas de calor, etc.
Ante esta situación, la economía global debe descarbonizarse rápidamente, es decir, debe reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la mitad en la próxima década y lograr emisiones netas nulas para el año 2050. De lo contrario, la temperatura media aumentará al menos 2 °C, lo cual tendrá efectos devastadores, como una frecuencia 1,7 veces superior de eventos extremos de precipitación, 2,4 veces superior en sequías y 13,9 veces superior en olas de calor, así como unos 30-140 millones de refugiados climáticos desde el sur global y una subida de nivel del mar que inundará el territorio que hoy usan 100 millones de personas.
Para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y, más específicamente de CO2 , se deben revisar en detalle todos los sectores. Sin embargo, el sector de la energía es responsable de dos tercios de las emisiones, por lo que es lógico que gran parte de los esfuerzos se centren aquí. En este punto es importante recordar que una mera sustitución de combustibles fósiles por energías renovables dejaría escapar numerosos beneficios de una transición ecológica más profunda y global: disminución del consumo y el empleo de materiales, eficiencia energética, economía circular y prácticas más sostenibles en todos los ámbitos.