Este informe presenta los resultados del último estudio con perspectiva de género sobre la emergencia climática promovido por el Instituto de las Mujeres del Ministerio de Igualdad. Se ha constatado que los estilos de vida con mayor huella de carbono se asocian a países desarrollados y a grupos sociales con mayor riqueza, cuyo margen para reducir emisiones es muy amplio. Al mismo tiempo, los efectos del cambio climático serán más severos para quienes, como las mujeres, sufren situaciones de desigualdad que limitan sus posibilidades de adaptación, lo que requiere una resiliencia justa.
Objetivos de la investigación
La investigación tiene dos objetivos fundamentales: identificar y visibilizar estilos de vida sostenibles y resilientes que, a través de la narración y la comprensión del contexto en el que se sitúan, puedan ser ejemplarizantes. Al mismo tiempo, se busca detectar la posible existencia de brechas de género en los comportamientos y experiencias en un contexto de crisis climática. Para el análisis de corte cualitativo se seleccionó un grupo de 16 personas voluntarias (ocho mujeres y ocho hombres) cuyo denominador común es su conciencia ambiental, pero con características sociodemográficas diversas y residentes en diferentes entornos.
Trabajo de campo
El trabajo de campo se realizó entre el 10 de octubre y el 3 de noviembre de 2022, en un otoño en el que, según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), continuaron las condiciones inusualmente cálidas que comenzaron en mayo. En conjunto, el año 2022 fue el más cálido y uno de los más secos de la serie histórica en España. Las dieciséis entrevistas individuales y dos grupales abordaron diferentes ámbitos de los estilos de vida: vivienda, movilidad, alimentación, consumos, residuos y usos del tiempo. Así mismo, el estudio se aproxima a otros aspectos como la acción política y comunitaria, los valores y las emociones. Se tuvo también en cuenta la coyuntura ya citada para abordar las experiencias y percepciones personales en torno a los riesgos climáticos.
Resultados
Los resultados apuntan que las personas participantes mantienen estilos de vida comprometidos con la reducción de la huella de carbono y, de forma secundaria, con la adaptación al cambio climático. Ellas y ellos entienden en mayor o menor medida que la humanidad es ecodependiente, de forma que el bienestar personal y colectivo está ligado a la salud del planeta. Las emociones negativas que les genera el problema climático no se traducen en desafección, sino que muestran una actitud activa que genera respuestas individuales, familiares y/o colectivas.
Las personas participantes desarrollan en su día a día actuaciones interconectadas y que se orientan a adaptar (actividades y viajes según las condiciones ambientales o de salud), aprender (en la formación académica, a través de fuentes de información, participando en iniciativas sociales, en cursos de interés y actividades deportivas), compartir (automóviles particulares, momentos de ocio, vivienda), cuidar (familiares, amistades, vecindad), consumir (productos ecológicos, alimentos de proximidad, a granel y/o de temporada, electricidad de fuentes renovables), diversificar (fuentes de energía, alimentos en la dieta), hacer ejercicio (caminar, nadar, correr, hacer escalada, etc. en solitario o con otras personas), intercambiar (alimentos), participar (en colectivos ecologistas, movimientos por el clima, asociaciones vecinales), producir (energía eléctrica con placas solares, alimentos para autoconsumo, compost para abono, actividades de ocio), reducir (la ingesta de alimentos de origen animal, el consumo eléctrico y de agua, el uso de automóvil, la producción de residuos sólidos urbanos, la compra de ropa, la información que se recibe) y reutilizar (objetos cotidianos, ropa).
