La emergencia climática es uno de los mayores retos a los que se enfrenta la humanidad en la actualidad. Tras un siglo y medio de industrialización, deforestación y agricultura a gran escala, las cantidades de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera se han incrementado a cotas nunca antes vistas, afirma Naciones Unidas.
Hemos alcanzado ya un calentamiento global de 1,1oC por encima de los niveles preindustriales y con la tendencia actual hay un 50% de probabilidades de que superemos el umbral de 1,5oC en los próximos 7 años.
Tal y como apunta el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) en su Informe de síntesis del Sexto Informe de Evaluación: fruto de esta subida de temperaturas, estamos asistiendo a fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes y más intensos, con impactos cada vez más peligrosos sobre las personas que habitamos el planeta. La situación es muy crítica.
El cambio climático no solo tiene consecuencias a nivel medioambiental, sino también sobre la economía y la salud humana. Según la Agencia Europea del Medio Ambiente, en el caso de la región mediterránea, a escala ambiental se espera una multiplicación de los periodos de calor extremo, reducción de las precipitaciones y del caudal de los ríos, y aumento del riesgo de sequías, de pérdida de la biodiversidad, y de incendios forestales. En relación a la economía, se prevé un aumento de la competencia por el agua y de la necesidad de agua para la agricultura, menor rendimiento de los cultivos, dificultades para la cría de ganado y para la producción de energía, se necesitará más energía para refrigerar, habrá menos turismo en verano, la mayoría de los sectores económicos se verán perjudicados, y los territorios de fuera de Europa serán muy vulnerables ante lo efectos indirectos del cambio climático. Por último, a nivel de salud humana, se espera un aumento de las áreas donde se pueden contraer enfermedades transmitidas por insectos y más áreas en las que se podrán contraer enfermedades por los insectos. Además, en las zonas costeras aumentará el nivel del mar, habrá más zonas marinas muertas, un aumento de los riesgos de la actividad económica de la pesca y el riesgo a contraer enfermedades de origen hídrico, entre otros.
Y, ¿existe una relación entre los sistemas agroalimentarios y la emergencia climática? La respuesta es afirmativa. ¿Qué magnitud tiene? Pues los diferentes elementos y eslabones de la cadena agroalimentaria (desde la producción, el procesado y el empaquetado, hasta el transporte, la distribución, el consumo y la gestión de los residuos que se generan) son responsables de entre el 21% y el 37% de las emisiones antropogénicas globales de GEI.
La mayor contribución del sistema alimentario procede de la agricultura y de las actividades de uso del suelo/cambio del uso del suelo (71%), y el resto, proviene de las otras actividades de la cadena (venta, transporte, consumo, producción de combustible, gestión de residuos, procesos industriales y envasado). En las últimas décadas, las emisiones de las fases posteriores a la producción agropecuaria han ido en aumento. De hecho, en España, entre 1960 y 2010, pasaron del 18% al 43% de las emisiones de GEI asociadas al sistema agroalimentario español, destacando el incremento de las vinculadas a la gestión de residuos y al transporte.
El sector agrario es el único que produce emisiones al mismo tiempo que ejerce de sumidero de carbono, gracias a la capacidad de los suelos y de los cultivos leñosos para ello. La casi totalidad de las emisiones se deben al uso de fertilizantes, la gestión de los suelos y la ganadería (fermentación entérica y gestión de estiércoles).
Las soluciones frente a la emergencia climática pasan por una reducción fuerte e inmediata de las emisiones de GEI, y la producción agraria y ganadera, aunque con una relevancia en emisiones decreciente en el conjunto de los sistemas alimentarios, tienen claves importantes para conseguirlo.
Sin embargo, el camino hacia la sostenibilidad de nuestra vida sobre el planeta debe ir más allá de un abordaje meramente climático y tiene que incorporar un enfoque más amplio de salud planetaria, que entiende que la salud y la civilización humanas dependen de sistemas naturales prósperos y de una gestión sensata de los mismos.
