El 12 de abril de 1961, Y. Gagarin accedió a la nave Vostok, comenzó los controles de prelanzamiento y esperó a la cuenta atrás. Era el primer vuelo espacial tripulado por un humano. Horas después murmuró una de las frases más bellas y obvias de la historia: «La Tierra es azul. Qué maravilla. Es asombrosa».
Casi 60 años después, en 2019, Sunita Williams , la mujer que tiene el récord de permanencia en la Estación Espacial Internacional decía: Miras hacia abajo, al planeta Tierra, y es difícil concebir a dos personas discutiendo, es imposible imaginárselas peleando, porque todo parece una sola cosa, que vivimos en estos maravillosos continentes todos juntos. La segunda impresión que tuve fue al mirar por la ventana lateral y apreciar cuán delgada es nuestra atmósfera, que nos protege de todos los peligros de vivir en el espacio, del vacío y del calor y el frío, y no podemos dar nada de eso por sentado. (Dunford, 2019) Eso dicen quienes han visto el planeta desde el espacio.
Sin embargo, según nos acercamos a su superficie, chocamos con fotografías que no muestran esa cara maravillosa. Percibimos problemas de contaminación (atmósfera, agua, tierras…), la pérdida de hábitats para la biodiversidad, efectos meteorológicos extremos, millones de personas sufriendo hambre y pobreza, un crecimiento exponencial de los residuos, el contraste entre dos mundos ⎯un norte y un sur eternamente irreconciliables⎯, la temperatura media subiendo lenta pero tenazmente, una desertificación galopante en muchas zonas del planeta, numerosos colectivos que sufren desigualdad o falta de equidad…
Una serie de problemas ecológicos y sociales que nos han colocado en el Antropoceno, una época geológica en la que no se vive convenientemente, tan solo se sobrevive. Una etapa en la que es imprescindible provocar transiciones, crear transformaciones inéditas y viables que nos lleven a un futuro con más justicia social y más sostenibilidad ecológica. Estos cambios necesitan de acuerdos sociales (en cuidados, política, trabajo y empleo, organización del territorio, economía, energía, educación…) e innovaciones tecnológicas (que, sin ser la panacea augurada por algunos sectores, van a resultar importantes y necesarias) que solo podrán ser llevadas a cabo por personas formadas ética y culturalmente en clave ecosocial, personas que den a la Vida el máximo valor, por delante de cualquier otra cosa, y que sean conscientes de la enorme dependencia.
Este trabajo va dirigido y dedicado a las y a los docentes que trabajan por un mundo ecológica y socialmente mejor. A aquellas personas que acercan a su alumnado a la realidad ecosocial de su entorno, que se preocupa y ocupa por la pérdida de biodiversidad y los fenómenos migratorios, por el cambio climático y por la desigualdad de las mujeres y de otros sectores sociales. Aunque tanto la primera parte como el primer tramo de la segunda están abiertas a todo tipo de personas interesadas por la situación del mundo y de la educación. El origen de este libro está en la trilogía que lo precede (Gutiérrez Bastida, 2011, 2014, 2018) y en el movimiento social que surgió en primavera de 2020 en favor de una competencia ecosocial que debería tener presencia importante en la nueva ley de educación. Por una parte, en la trilogía, profundizamos en el concepto e historia del término sostenibilidad, en la propia historia de la educación ambiental y en una presentación, a la vez que invitación, a la educación ecosocial. Por otra parte, en la lucha social, no se obtuvieron frutos directos, ya que no aparece como tal en la nueva ley. Sin embargo, hay ciertos resultados.
La perspectiva ecosocial barniza el nuevo currículo y, además, queda bastante integrada en las denominadas Green Competences, aprobadas el 16 de junio de 2022 por el Consejo Europeo a fin de promover el aprendizaje para la transición ecológica y el desarrollo sostenible. Agradecer desde aquí la inestimable ayuda (y más) de Basterretxea, De Guzmán, Agúndez y Marcén, y por su paciencia y dedicación. A lo largo de las siguientes páginas desgranaremos hechos, situaciones y propuestas que van a configurar la justificación, el origen y la caracterización de una competencia ecosocial que ayude a las personas a ser agentes activas de dichas transformaciones.