Las infraestructuras de transporte penetran en los ecosistemas generando destrucción de hábitats, modificando su estructura (fragmentándolos) y su dinámica de funcionamiento. Esta fragmentación del territorio provoca también la pérdida de conectividad entre las poblaciones animales que lo habitan, reduciendo su viabilidad (véase MITECO 2019). Además de los efectos derivados de la fragmentación, las vías suponen una causa de muerte directa por atropello o arrollamiento, pero también por colisión o atrapamiento con diferentes elementos de la vía (pantallas, vallas, cables, tensores, desagües, etc.) (Véase MAGRAMA 2015). Es decir, aunque los animales tengan la capacidad física de cruzar la vía, este desplazamiento a través de ella tiene un coste en términos de aumento de las tasas de mortalidad. Las infraestructuras de transporte tienen, por tanto, efectos directos e indirectos sobre el medioambiente, incluyendo la composición de especies y son una fuente de pérdida de biodiversidad cada vez más importante a escala planetaria (Benítez-López 2010; Ascensao et al. 2021).
Muchos de estos efectos y, en especial, la pérdida de conectividad entre hábitats y las posibles vías de minimizar este impacto, han sido considerados previamente en la serie de prescripciones técnicas elaboradas por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO). A dicha serie se incorpora este documento en forma de diagnóstico de uno de los impactos directos que las infraestructuras tienen sobre la biodiversidad: la muerte de animales por arrollamiento. A pesar de ser un indicador muy grosero de los muchos efectos derivados de la construcción y uso de infraestructuras, es la imagen más reconocida de su efecto. Además, tiene una dimensión socioeconómica (es una fuente importante de accidentalidad en vías interurbanas) que magnifica el problema y permite abordarlo desde un punto de vista multidisciplinar, lo que facilita la búsqueda y aplicación de medidas para reducirlo.
A pesar de los efectos mencionados, el escenario de diagnóstico del problema con el que se cuenta actualmente es relativamente pobre: solo la siniestralidad, entendida como colisiones con fauna que provocan daños materiales o personales, tiene una cobertura nacional y un seguimiento permanente que permite identificar las especies más afectadas y las áreas de especial riesgo (Vicente 2019; véase también Shilling y Waetjen 2015). Es, generalmente, esta siniestralidad la que promueve la aplicación de medidas mitigadoras para reducir las colisiones que causan daños a los vehículos y a las personas.
