El ruido es un gran enemigo, pero no hemos desarrollado bien las defensas contra él. Ni la sociedad en general percibe bien el daño que ocasiona ni las personas individuales hemos acabado de entender bien su peligrosidad. Podríamos decir que, frente a esa infección del cuerpo social, “el sistema inmunitario de la humanidad” no reacciona bien.
Para colmo de males, en nuestro país se identifica la alegría con un jolgorio ruidoso. Obviando las víctimas inocentes del jolgorio. Hay un gran respeto a la libertad de causar ruido innecesario y poco reconocimiento del derecho humano al silencio.
Somos un país ruidoso y estamos llenado nuestras vidas de ruido prescindible y dañino. Ese ruido excesivo, entre otros múltiples daños que se explican en este informe, trae la sordera. Y ésta, a su vez, trae de la mano el aislamiento y la soledad.
Por otro lado, el reinado del móvil implica, como un daño colateral adicional, muchas horas de solitaria audición de música con una intensidad que mengua la calidad de nuestro órgano auditivo. Vivimos con mucho ruido “estructural” de la tecnosfera que hemos creado -los automóviles, por ejemplo-, y vivimos con mucho ruido individualizado. Una vida con el móvil en la mano que daña la espalda, la vista y el oído. Además, el ruido nunca actúa solo, viene casi siempre en compañía. Uno de sus grandes cómplices es el tráfico. Millones y millones de personas en las ciudades estamos expuestas a niveles de ruido dañinos para nuestra salud.
Además, el tráfico daña nuestra salud por los tubos de escape que expulsan contaminantes que nuestros pulmones se ven obligados a respirar. Daña al planeta porque el CO2 incrementa el efecto invernadero que está provocando la crisis climática que ya estamos viviendo. Daña nuestro aparato auditivo y nuestra salud en general. Es decir, los problemas vienen encadenados, como las cerezas en un cesto.
La buena noticia es que también las soluciones vienen encadenadas. Una movilidad eléctrica, por ejemplo, es también más silenciosa.
Combatir el ruido no es fácil porque implica cambiar muchas cosas a un tiempo. Algunas de las acciones que se pueden acometer para menguar el ruido innecesario: cambiar las ventanas de las casas que no aíslan del ruido del tráfico; rediseñar el modelo de movilidad en las ciudades y la propia configuración de las calles y las plazas, en las que con frecuencia no hay vegetación que amortigüe el ruido; repensar el planeamiento urbano de modo que se alejen los aviones de las viviendas; renovar las paredes y el techo de los establecimientos en los que pasamos mucho tiempo, como las oficinas, los bares, los restaurantes; cambiar los hábitos personales… Muchas cosas. Unas corresponden a la política pública, otras tienen que ver con la difusión de tecnologías adecuadas, otras remiten al cambio cultural.
Todo empieza con ser conscientes de la auténtica dimensión del problema. A ese objetivo contribuye este magnífico informe, que cuenta con la colaboración de grandes profesionales. Gracias a todos ellos y gracias, una vez más, al fructífero trabajo compartido con DKV, una empresa que, con iniciativas como ésta, ayuda a entender mejor el hoy y el mañana incierto.
Vivimos en tiempos llenos de inseguridad. En este hoy de niebla es bueno abrir bien los ojos para entender los problemas del mundo y sus conexiones, y expandir la voluntad del corazón para trabajar en la construcción cooperativa de las alianzas para mejorarlo.
Estoy muy convencido que este documento ayuda a entender uno de los problemas del mundo, un problema mayor, y permite también comprender qué deberíamos hacer para construir las soluciones.
