Una población saludable no es solo un capital humano y social ni tampoco es un subproducto del crecimiento económico. La salud es un derecho humano fundamental. La salud y el bienestar humanos deben ser, junto con un medioambiente saludable y sostenible, el objetivo último de la actividad económica. Este objetivo requiere inversión e innovación por parte de todos los actores de la economía, lo que también puede ayudar a orientar el ritmo y la dirección del crecimiento económico. Un crecimiento no por el crecimiento mismo, sino por las personas y el planeta.
Necesitamos un nuevo discurso económico que deje de considerar la financiación de la salud como un gasto y pase a entenderla como una inversión, sobre la base de algunas verdades fundamentales: que el bienestar y la economía son interdependientes; que la salud no solo es un sector económico clave, sino también una perspectiva transversal que se debe aplicar en muchos sectores distintos; que la salud es fundamental para la resiliencia y la estabilidad de las economías de todo el mundo, y que los Estados pueden pasar de corregir de forma reactiva las fallas del mercado a conformar de manera proactiva y colaborativa mercados en los que se otorgue prioridad a la salud humana y del planeta.