En mayo de 2018 se volvió viral la imagen de una cebolla plastificada sobre una bandeja de poliestireno con la etiqueta de un supermercado. El mismo absurdo, frutas con protección natural doblemente protegidas por capas de plástico, se ha denunciado en redes sociales con plátanos, naranjas y otras frutas con corteza, piel o cáscara. El exceso de embalaje que se produce en algunos supermercados para ahorrar unos segundos de pesar la fruta o en los envíos a domicilio se sustenta en la falta de tiempo del consumidor, según explicaba este jueves el ambientólogo Andreu Escrivà en la comisión de usos del tiempo de las Corts Valencianes.
Con el ejemplo de la cebolla, el experto, también doctor en biodiversidad y autor de varios libros sobre cambio climático, expresaba en la Cámara que “la falta de tiempo está en la base de comportamientos insostenibles“, muchos de ellos asociados al transporte o a las compras. El esquema clásico de 8 horas para dormir, 8 para trabajar y 8 para el resto de actividades ha caducado, valoraba Escrivà, que señala que el trabajo y el desplazamiento al mismo ocupan buena parte de las horas teóricamente libres de los trabajadores. “Es una cuestión de justicia e igualdad porque quien no puede pagar con dinero paga con tiempo”, indicaba.
El ambiéntologo aboga por una racionalización de los horarios “para tener más tiempo y de mayor calidad“, lo que se traduce en una vida más saludable, según han indicado otros expertos en el mismo espacio, y en una reducción de la huella de carbono y la huella ambiental. Escrivà ha citado varios estudios elaborados en países nórdicos y Nueva Zelanda que indican que una reducción del 1% del tiempo de trabajo se traduce en entre un 0,7 y un 0,8% de reducción en la demanda energética y la contaminación; indicadores importantes para cumplir los objetivos de cambio climático marcados en el acuerdo de París.
“Hace falta quitarle tiempo al trabajo”, valora el autor, que apunta a una buena organización del teletrabajo como base para una mejor gestión del tiempo y ahorro energético. Escrivà es crítico con discursos simplistas y habitualmente matiza sus afirmaciones: “Si nos quedamos en casa pero no va a acompañado de medidas para reducir el gasto energético, puede que sea más eficiente ir al centro de trabajo. Necesitamos estudios a nivel autonómico, saber qué pasa aquí, como se mueve la gente aquí”, expresaba, para después recalcar que es necesaria una reflexión sobre los tiempos de ocio, ya que si se gana un día libre pero se invierte en consumo o viajes, el ahorro medioambiental es escaso: “Los estudios marcan que no se trata solo de dejar de trabajar, es ver qué hacemos en esas horas que no trabajamos. Si ahorramos horas de coche para cocinar o hacer deporte cerca de casa hay un cambio positivo, si es otro tipo de cosas, no”.
Respecto al trabajo, al margen de repensar las jornadas laborales, Escrivà plantea dotar los centros de trabajo de instalaciones que permitan a los empleados desplazarse en bicicleta u otros medios no contaminantes, como tener espacios en los que dejarlos o duchas. A su vez, reclama un modelo de transporte público más eficiente, sostenible y económico, y aplaude la puesta en marcha de buses lanzadera para los polígonos industriales.